viernes, 16 de septiembre de 2016

Vuelta de Calesita de LEO DAVICO - Ezeiza


El asunto es más o menos así: mi barrio, aquel mínimo rincón de Ezeiza en donde crecí, es uno de esos lugares en los cuales, según las viejas, gracias a Dios nunca pasa nada... Nada «malo», quieren decir, aunque en verdad no pasa ninguna de las tres cosas; ni lo malo, ni lo bueno, ni un carajo. Y eso me confirma en la determinación de rehusarme a creer en —y venerar a— un «dios» que garantice esa clase de inercia estúpida. Quizá por ello sea que abjuré hace tiempo de la fe cristiana...
¿Cómo puede ser que, desde hace ochenta años, semejantes mastodontes de hierro con alas pasen por allí mugiendo fuerte, casi raspando los techos, y jamás uno solo de ellos haya tenido que aterrizar de emergencia en medio de una calle? Será horrible irme de este mundo sin ver eso, si lo imagino desde niño, cuando rezaba para que un avión cayera de panza un domingo sobre la escuela... Sí, es probable que a ese mismo dios que hoy niego le rezara, ¿y qué? También podría haber niños en el avión, aunque no tantos como en la escuela un día hábil...
Es tan extraño mi barrio con puertas a la vía férrea del Roca; yo hubiese plantado otra estación allí. El Jagúel, Ezeiza, A.T.E, Unión Ferroviaria, etcétera... Podría haber existido también la estación Etcétera, ¿por qué no? El Universo es precisamente eso: infinitas posibilidades. Pero los hombres sufrimos la condena atroz de experimentar, no todas esas posibilidades juntas uno solo de nosotros, sino todos juntos una sola. O sencillamente nos negamos a ver las demás. Los vecinos de Barrio A.T.E son especialistas en ello, créanme. En ese barrio mío nunca pasa nada, o, peor aún, siempre pasa lo mismo, casi cada día. Y ¿quién o qué se ha arrogado el derecho de endilgarnos tamaño castigo...? No lo sé yo, quizá menos que nadie... Tan sólo estoy capacitado para imaginar cosas raras, como ahora, que intuyo esta repetición absurda como algo eterno. Hace al menos una semana tuve ocasión de comprobar la existencia de esa suerte de bucle temporal cerrado en que toda esa gente ha ingresado hace siglos tal vez, e incluso llegué a experimentar en carne propia el imperioso afán de operar esa iteración maniática que ellos llevan a cabo como muñecos, o títeres, o perfectos autómatas esclavos de quién sabe qué fuerza, esa rutina circular ad infinitum
Y puedo asegurar que se trata de algo muy capaz de vencer al poder de la voluntad humana, porque yo mismo entré un lunes en la rueda, y logré salir recién el día jueves, echando mano al viejo truco de faltar al trabajo (ese clásico as en mi manga), y asegurándome de cambiar de tren el viernes para acudir a Ezeiza, por las dudas. Pero no sólo por ello logré escapar de la vorágine, y pasaré a explicarme. El A.T.E es un conjunto de viviendas casi idénticas. Mediante un estudio somero de esas arquitecturas, basado principalmente en la observación directa, yo he conseguido distinguir apenas cuatro modelos de chalets y casas de estilo americano, tal vez cinco, que se repiten a lo largo de cuadras y cuadras, acrecentando, exacerbando en grado sumo, aquella sensación de irrealidad que tanto me asusta, que turba mi ánimo. Incluso las diferencias entre esos pocos modelos no son tan significativas; se trata de detalles sutiles nada más. Únicamente dos especies arbóreas techan sus veredas, y cada tanto es dado chocarse con un anciano que riega la suya de un modo casi vehemente. Cada cien metros se ve a uno, y esto es indefectible. Todavía nadie me ha dado cuenta de similares observaciones. Eso me induce a sospechar que nadie supo hasta hoy de este fenómeno que podría ser considerado como algo increíble, como una magia, si no fuera antes que nada algo triste. Ese fatídico lunes bajé del tren y caminé por las calles bordeadas de fresnos enormes que forman un túnel en tanto que unen sus dedos entre sí por encima de la calzada. Y a lo largo del trayecto vi a esas mujeres que acompañan a sus hijos a la escuela; a esos empleados en sus autos, yendo a trabajar, a esos locos que corren dormidos y no para escapar, sino porque hace bien, a ese maldito diariero vi, flaco y viejo, charlando con su hijo idéntico a él... y el día martes me los crucé a todos casi en los mismos lugares, y sus saludos fueron para mí algo parecido a una burla. Todo me sonó a burla, si no sólo las personas repitieron sus actos del día anterior; también unos perros en busca de alimento, y una bandada de gorriones que pasaron volando de a tres o de a diez, hasta las mismas ramas de los mismos árboles trazaron las mismas figuras en su danza al compás del viento (tal vez, el mismo viento). Nada en absoluto sé a propósito de la física de partículas, ni de lo que haya dicho Einstein (viejo podrido, parece que tu dios no juega a los dados, pero sí a la ruleta...) No sé nada, salvo que nada es absoluto... y toda la relatividad podría estar más que demostrada en este tonto juego del perro que persigue su propio rabo, en este carrusel con vueltas gratis. ¿Dije gratis?. 

Continuará...
(En papel)

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