miércoles, 14 de septiembre de 2016

Crónica de FERNANDO ROSALES - Merlo

          Noche. Lo oscuro se cierne sobre las calles pavimentadas y humedecidas con esa lámina de agua impura, permeables con caucho y aceite, se sienten los focos artificiales como soles de ficción; también se confunden los personajes que caminan… vacilantes en su forma de ser; in situ Merlo; barrio, entre el hambre y la solidaridad; el temor y los atardeceres, entre la locura y la colonización del pueblo; puede resultar muy nutritivo para nuestros sentidos sentarse a observar los distintos actores y actrices que conglomeran la escena nocturna, se esté donde se esté, se es lo que se es..

            Los colores refulgen con distintos matices, las formas de caminar de cada cual se identifican con la originalidad de la persona, el individuo más discreto puede ser el más profundo; y los desconfiados no buscan mundos nuevos; los hippies piden monedas para el tren, y los normales, que son los más locos…  algunos llevan paso rápido, al galope enfilan hacía la televisión, otros marcan el paso lento, tortuga galápago, y observan las estrellas, puntos en fuga, cual alfileres de oro y su luna curva, corneada, el viento acompaña y da empuje hacia delante, esperan del futuro algo incierto y pre-supuesto, otros no, son los denominados lunáticos; hay pocos en esa jungla pueblerina, y siempre apuestan a encontrar en el futuro algo que les de una iniciativa al pensamiento, al futuro más cercano, el del segundo primero, y creen que solo habitan en un presente adelantado centesimalmente, porque como ya podemos deducir desde el inconsciente, viven en completo enraíce con un pasado que no pueden olvidar.

            Una soledad queda, perezosa, hace de los bostezos burbujas del presente, es justo ahí, en los bostezos cuando con los ojos entrecerrados y una bocanada de oxígeno inspirado interiormente, ellos se conectan con el recuerdo, nostálgico o melancólico, y este les devuelve un instante fugaz del momento presente, así van y vuelven, estos lunáticos…

            Entramos al café para sentarnos en la mesa acostumbrada, una vez adentro, ya con la brisa artificial del aire acondicionado, me percato de que la mesa de siempre, estaba ocupada por una pareja; con resignación elegimos cualquier mesa, ya que era nuestra mesa o cualquiera.
    Ya se irán... —dice
    Ojalá —le repongo; afuera empezaba a lloviznar.

            Le pedimos a Daniel, el mozo, un simpático morocho con cara de ratón sin madriguera, una fría cerveza, empezamos a dialogar sobre lo que le venía diciendo antes del lapso de silencio al ver la ocupación de la mesa.

            Lo que me estaba empezando a causar esa pareja que hablaba sin parar era interés; yo estaba sentado de frente a la situación, que narro: él, pelo corto, remera blanca, fumaba sin parar y hacia ademanes exagerados, como justificándose por algo que hizo mal y de lo que no era culpable, cada 60 segundos se agarraba la cabeza; ella, pelo largo negro, bajita, trigueña, linda, se anticipaba a cada palabra que él profería, como si ya todo estuviese dicho.

Continuará...
(en papel)

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